Sexo: Parafilias, valores morales y sociedades

La sexualidad en la especie humana es compleja. No hay otra especie conocida que le de tanta importancia al sexo como la nuestra, ni que consiga con su creatividad un abanico de prácticas sexuales casi infinito.

Dúos, tríos, en solitario, en grupo, con nuestro mismo género o con el contrario, con dolor o sin él, sin complementos o con ellos, con una sola pareja o con parejas rotativas… Una filia es una atracción habitualmente exagerada hacia determinadas realidades o situaciones. Cuando esta atracción se convierte en la fuente predominante del placer (en lugar de la cópula) hablamos de parafilias. La variedad es tan amplia que en ocasiones puede caer en terrenos escabrosos, poco conocidos o mal vistos socialmente, pero siempre placenteros para quienes lo practican.

Precisamente son estas convenciones sociales las que nos marcan qué está bien y qué no: mientras que el sexo anal, el sexo oral o el uso de estimuladores como un vibrador gozan de una amplia aceptación social, otras prácticas quedan ocultas en la sombra. Nadie se atrevería a contar en una reunión de amigos que practica, por ejemplo, la latronudia (excitación por desnudarse ante el médico, generalmente fingiendo una dolencia), la agrexofilia (atracción por ser escuchados por otros mientras realizan el acto sexual) o la amaurofilia (preferencia por el sexo con personas invidentes o con los ojos vendados).

Amaurofilia

Aunque tenemos unos valores marcados sobre el «bien» y el «mal», nuestro ombligo occidental nunca nos deja ver más allá de nuestra propia sociedad. Estos valores cambian radicalmente cuando observamos otras sociedades. En algunas tribus de Papúa-Nueva Guinea, por ejemplo, consideran que la virilidad masculina proviene del semen, por lo que los menores suelen realizar felaciones a los adultos porque creen que tragar su semen es la única forma de convertirse en adultos. Algo parecido ocurría en la antigua Grecia, donde creían que el conocimiento y los valores eran transmitidos mediante el semen, por lo que el adulto iniciaba al menor en el conocimiento manteniendo relaciones sexuales. Platón, Sócrates y Aristóteles mantenían relaciones de este tipo, sin ir más lejos. En el Islam, por otra parte, el celibato (tan valorado por cristianos y judíos) se considera una violación a la ley de Alá, mientras que la masturbación se considera un pecado y la homosexualidad (o sodomía) no está aceptada.

Cabe recordar que la homosexualidad estuvo considerada una desviación sexual por la Organización Mundial de la Salud hasta 1990, hace apenas 25 años, y hoy en día (casi) nadie se atrevería a volver a poner el debate sobre la mesa. Sin ir más lejos, en España estuvo penado con cárcel durante la dictadura de Franco. En este período de tiempo la homosexualidad ha conseguido una aceptación pública amplia en gran parte del mundo, llegando a ser legal el matrimonio del mismo sexo en países como Francia, España, Canadá, Suecia, Bélgica, Portugal, Sudáfrica, Eslovenia, Holanda, Noruega, Brasil, Argentina, Dinamarca, Nueva Zelanda y 36 de los estados de EEUU. Incluso en algunos casos los homosexuales ocupan cargos de relevancia, como el caso de Jóhanna Sigurdardóttir, primera ministra de Islandia, o Klaus Wowereit, Corine Mauch y Bertrand Delanöe, alcaldes de Berlín, Zúrich y París, respectivamente.

La normalización de la homosexualidad en la cultura occidental está considerada como un avance democrático y social, aunque este planteamiento también existe en Japón con otras prácticas sexuales que en Europa nos escandalizan: el Burusera es un fenómeno de compra-venta de ropa interior usada. También existen subastas de uniformes de colegiala usados, y es que la atracción por la ropa interior y los uniformes está bastante difundido en esa sociedad, llegando a formar parte de los dibujos animados (anime) como Chicho Terremoto o Shin Chan.

Los uniformes son uno de los fetiches más populares en Japón

Estas inclinaciones no dejan de ser filias o parafilias aceptadas y hasta compartidas socialmente por motivos culturales, igual que está sucediendo en Occidente con el bondage, el sadismo y la sumisión tras el boom de «50 sombras de Grey».

Seguramente nos podría resultar terrible imaginar, hoy en día, determinadas atracciones convertidas en algo común, normal y bien visto por la sociedad y la justicia. Probablemente a los que creían que Sodoma y Gomorra fueron destruídas por Dios para castigar la homosexualidad les parecería abominable que hoy los homosexuales puedan casarse y adoptar. En definitiva, todos somos libres de hacer lo que queramos, mientras no hagamos daño a nadie. Excepto a los amantes del sadomasoquismo, por supuesto.

Como sucedía en Grecia y como sucede en Papúa-Nueva Guinea. ¿Sería posible que en unos años alguna de las parafilias más tabúes (o ilegales) acaben logrando ser bien vistas? ¿Podrían algunas prácticas consideradas «desviaciones» terminar siendo legales? E incluso, ¿Podrían prácticas socialmente aceptadas en la actualidad terminar convirtiéndose en ilegales?

A fin de cuentas, los valores sociales cambian a un ritmo trepidante e imprevisible.